Wednesday, February 27, 2008

CINE DEL 2007, DESDE LA PERSPECTIVA DE LUIS GARCÍA ORSO. S.J.



2007: EL REGRESO AL CINE MEXICANO Y LA MEJOR MUESTRA INTERNACIONAL

Bastaría nombrar dos películas: Luz Silenciosa y El Violín, para afirmar que el 2007 ha sido un año de notables reconocimientos al cine mexicano. El violín, de Francisco Vargas, inició su ronda de éxitos en 2006 y hasta ahora ha acumulado más de treinta premios en festivales internacionales. El violín es una película íntegra, comprometida, sin falsas complacencias, que impacta por la precisión, la sobriedad y el realismo de su historia, que transmite la esperanza de los desposeídos, ahora y siempre, aquí y en todas partes. Luz silenciosa, de Carlos Reygadas, premiada en Cannes y en La Habana, posee el estilo profundo, austero, religioso de Dreyer y Tarkovski, para acercarnos al misterio de la libertad humana y a la capacidad de trascender en una entrega de amor y sacrificio hasta el abrazo compasivo de Dios.

Pero el despunte del cine mexicano en el 2007 es real porque no se reduce a sólo dos películas, sino a varias más que han llamado la atención muy positivamente: los filmes mexicanos participaron en 230 festivales y muestras internacionales y recogieron 40 premios.

Este año se filmaron 70 películas –entre largometrajes y cortos- la más alta producción en México desde 1990, cantidad impresionante si vemos que en 1997-1998 sólo existieron nueve películas. Hasta ahora se han estrenado 43 películas de esas 70. El público mexicano que fue a ver cine nacional creció también con respecto a años anteriores: en 2007 fue de 14 millones de espectadores, cifra aún mínima al saber que hubo un total de 170 millones de personas en las salas de cine del país. La película mexicana más taquillera del año fue Kilómetro 31 (cinta de terror de Rigoberto Castañeda), que reunió a más de tres millones de espectadores (cantidad muy baja si tenemos en cuenta que la tercera entrega de El Hombre Araña, recaudó 380 millones de pesos, seguida por las secuelas de Sherk y de Piratas del Caribe).

Los largometrajes mexicanos más notables del 2007 recorren temas y estilos muy variados, y se apartan afortunadamente del manido asunto de narcos y barrios tepiteños, en que nos habíamos atascado. La esperanza romántica de personas anónimas y comunes luce en Párpados azules, de Ernesto Contreras; un interesante acercamiento a las presiones de dietas, ayunos, apariencias, está en Malos hábitos, de Simón Bross; la mirada humorística mexicana sobre la muerte se halla en Morirse en domingo, de Daniel Gruener y en Morirse está en hebreo, de Alejandro Springall; la mirada homoerótica con influjo del estilo clásico de Bresson, Pasolini y el Indio Fernández se encuentra en El cielo dividido, de Julián Hernández; la solvencia narrativa y el retrato creíble de personajes muy humanos en Más que a nada en el mundo, de Andrés León y Javier Solar, Fuera del cielo, de Javier Patrón, Dos abrazos, de Enrique Begné, y Familia Tortuga, de Rubén Imaz; el estilo minimalista en homenaje a la nueva ola francesa en Drama/Mex, de Gerardo Naranjo; la vuelta a nuestras tradiciones y leyendas en Eréndira-Ikikunari, de Juan Mora Catlett; y los documentales vuelven a lucir entre lo mejor de nuestra mirada cinematográfica a la realidad político-social de México en Los ladrones viejos, de Everardo González, La guerrilla y la esperanza, de Gerardo Tort, y Fraude: México 2006, de Luis Mandoki.

Hacer cine en México sigue siendo una inmensa tarea cuesta arriba, bastante desprotegida por la legislación nacional, y a merced de la competencia no equitativa con el cine de Estados Unidos que acapara pantallas, distribuidoras y espectadores. Por ello resulta mucho más encomiable esta vocación de nuevos y talentosos cineastas mexicanos -varios estrenando su primer largometraje- y del público que poco a poco regresa a verse en las pantallas.

Por otra parte, la Muestra Internacional de Cine, que nació en la ciudad de México en noviembre de 1971, llega exitosamente a su edición número 49 con una excelente selección de veinte filmes que prosiguen su exhibición en el circuito de la Muestra en varias ciudades del país durante el 2008. Elegir ver cualquiera de estos filmes es satisfacción garantizada. Entre ellos descuella el cine latinoamericano con tres ejemplos que giran en torno a la familia actual fragmentada, confundida, distante en la comprensión y la relación de padres e hijos: La casa de Alicia (Chico Teixeira, Brasil), XXY (Lucía Puenzo, Argentina) y Quemar las naves (Francisco Franco, México). Abrazar la realidad de los jóvenes y acompañarlos con afecto en su desconcierto se vuelve la propuesta más constructiva desde la cinta argentina. Pero también en Solos contra el mundo (Eytan Fox, Israel), No quiero dormir solo (Tsai Ming-liang, Taiwan-Malasia) y Paranoid Park (Gus Van Sant, Estados Unidos).

Finalmente, dos filmes muy distintos sobresalen en esta Muestra ya de por sí excelente: el retrato frío de la vida en una sociedad comunista con su propio desconcierto de valores, en 4 meses, 3 semanas, 2 días (Cristian Mungiu, Rumania), y la experiencia espiritual que hace cada espectador, en la pantalla del cine, con el documental filmado en la gran Cartuja El gran silencio (Philip Gröning, Alemania-Francia).

Con esta magnífica selección de filmes mexicanos y de varios países que nos esperan para este 2008, ¿para qué queremos distraernos en el cine de Hollywood y en los Oscar?

Luis García Orso, S.J.

SIGNIS de México

Enero 1 de 2008

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